lunes, 9 de febrero de 2015

Periodo formativo tardio



PERÍODO FORMATIVO TARDÍO

Es poco lo que se conoce sobre la forma de vida de la cultura Chorrera, cultura tipo del período Formativo Tardío, cuya denominación proviene del sitio epónimo que se localiza en la cuenca del Guayas, como tampoco conocemos del estilo de vida de la cultura Machalilla. Sin embargo, Chorrera parece haber sido una amalgama de grupos contemporáneos e interrelacionados, con modelos y pautas comunes, que explotaban los diversos ecosistemas del área costera y parte de la Sierra del Ecuador. Dadas las semejanzas y la supuesta homogeneidad entre estos diferentes grupos/fases culturales, se acuñó el término Horizonte, en un intento de homogeneizar los conocimientos de rasgos comunes y dispares que sobre ellos se tenían.
La cerámica Chorrera es más conocida, ya que, durante mucho tiempo, ésta ha sido una zona favorecida por los estudiosos de la arqueología ecuatoriana, dada la importancia y significación de los yacimientos costeros. A partir de los materiales suministrados por estas excavaciones, se han reconocido varios complejos culturales según los distintos territorios: cultura Chorrera y cultura Guayaquil en el Guayas, cultura Engoroy en la Península de Santa Elena, cultura Bahía y Bahía I en Manabí, cultura Tachina y Pre-Tolita en Esmeraldas, y cultura Inguapi en el Sur de Colombia.
Generalizando, podríamos decir que los estilos Engoroy y Tachina parecen corresponder a la cerámica manufacturada por los grupos del litoral y los pueblos navegantes del Sur-Centro y Norte del Ecuador, respectivamente; al primer estilo se le encuentra en los asentamientos de la Península de Santa Elena, en la costa Norte de la provincia del Guayas, en la costa Sur de la provincia de Manabí, en la Isla de La Plata y frente a ésta; por su parte, el segundo se localizaría en el Norte de Manabí, la provincia de Esmeraldas y el Sur de Colombia.
En el interior, en la cuenca del Guayas, en la planicie esmeraldeña y en los valles de Manabí, se desarrollaría el estilo clásico Chorrera, con sus magníficas representaciones, a las que más adelante haremos referencia.
Todos comparten, con lógicas particularidades, unos mismos rasgos formales en la ejecución y decoración de las vasijas cerámicas. La cuidadosa selección de las arcillas y su particular modo de cocción dan, a la cerámica Chorrera, un inconfundible aspecto, en el que destaca el nervio central grisáceo y la finura y sonoridad de sus paredes, así como los gruesos engobes -rojos, blancos, cremosos o negros- pulidos o bruñidos, que cubren toda la vasija o se combinan en zonas.
Las decoraciones que destacan son las incisas, las negativas (conseguida mediante el ahumado de la vasija una vez cubierto el diseño decorativo con una capa protectora, generalmente cera), y la pintura iridiscente, a base de pigmento de hematites especular, que le da un brillo metálico cuando se ahúma.
Esta última técnica se ha localizado en varias zonas de Guatemala, por lo que se ha especulado con la posibilidad de un contacto marítimo entre las dos regiones y una dirección, Ecuador-Guatemala, en la difusión de esta técnica decorativa en concreto.
A pesar de la innovación que suponen algunas de las técnicas de decoración Chorrera, lo más destacable de su cerámica es la gran variedad de formas de las vasijas y la perfección de su modelado. Los recipientes imitan todas las figuras de la naturaleza, vegetales (calabazas, tubérculos, frutas) y animales (perros, monos, sapos, osos hormigueros, peces, tortugas, murciélagos), tan fidedignamente que es fácil reconocer la especie que representa.
Las figurillas no son ahora tan abundantes en el área como durante el Formativo Temprano. Las hay sólidas, generalmente más pequeñas y huecas, de tamaño mayor y con rasgos muy singulares: ojos de tipo «grano de café», brazos y piernas abultados y cortos, y un gorro o turbante en la cabeza que semeja un casco.
Los asentamientos Chorrera parecen haber sido dispersos, cubriendo un amplio territorio geográfico, pero sin ninguna evidencia de desarrollo urbanístico. No se conservan restos de edificaciones, que estarían realizadas con materiales perecederos, como la madera y el bahareque, aunque sí tenemos vasijas que muestran dos tipos de casas: redondas, de paredes verticales y techo cónico unas, y otras más amplias de planta rectangular y cubierta a dos aguas.
En estas condiciones es más difícil estimar la magnitud de los poblados, pero la misma extensión del sitio epónimo Chorrera, en el Guayas, y los más recientes hallazgos en Cotocollao (Cultura Cotocollao), en la sierra, hablan de asentamientos de un cierto tamaño y densa población.
Por otro lado, el reciente descubrimiento de cerámica Chorrera asociada a campos de cultivo elevados en el Guayas, confirma los indicios, aportados por dos fechas radiocarbónicas (2.005 y 590 a. C.) de los suelos en la base de los camellones, acerca de la antigüedad de estas obras de ingeniería agrícola, que suponen un alto nivel de organización social. Presumiblemente, la cima de los camellones era usada como semillero durante las épocas de inundación y en las de sequía era posible sembrar en las zonas bajas, que habrían retenido la humedad.
Finalmente, hacer referencia a que durante este período se advierte un uso intenso y generalizado de la obsidiana, cuyas fuentes de materia prima están en la sierra volcánica, constituyendo una prueba más de la interrelación de ambas zonas.
Mención especial merece el sitio de Cotocollao, en la ladera del Pichincha, a 2.850 m de altura, ya que es el yacimiento Formativo más antiguo de los encontrados en la sierra ecuatoriana. El poblado estuvo situado en las cercanías de un lago, hoy desaparecido, y las excavaciones han revelado que en él vivieron más de un millar de personas en casas rectangulares (4 x 6 m). Igualmente, ha sido localizado un cementerio, ocupando un lugar prominente dentro del conjunto, en el cual se aprecian hasta tres formas distintas de enterramiento, que parecen corresponderse con las distintas fases de ocupación que es posible apreciar.
El asentamiento estuvo ocupado, al menos, desde el 1500 AC., y sus primeras cerámicas comparten rasgos con las de la cultura Machalilla, siendo el «asa-estribo» el más evidente. Es en su segunda etapa (1.300 - 900 a. C.), cuando las vinculaciones con la cultura Chorrera son más claras, encontrándose «botellas silbato», formas carenadas y pintura iridiscente. En un tercer momento de la ocupación (900 -500 a. C.) aparecen unas vasijas hondas, de paredes verticales y base tronco-cónica que son típicas de la cultura Cotocollao y que tienen su réplica en piedra.
Sin estudiar todavía, pero compartiendo las características que les hemos presentado, se han localizado asentamientos diseminados por una amplia faja de terreno, desde las laderas del Pichincha, a 3.000 m de altura, hasta los cercanos valles templados.

La similitud entre la cerámica Chorrera y la de las fases tardías de la secuencia de Cerro Narrío (Cultura Narrío) temprana es tal que, a veces, es difícil determinar si algunos ejemplos son cerámica Cerro Narrío llevados por tráfico a Manabí o viceversa. La interacción entre la sierra y las tierras bajas aparenta haber sido muy fuerte durante esta época, extendiéndose tanto hacia la Costa como hacia Macas en el Oriente.
Al finalizar el período Formativo Tardío, empezaron a surgir en el Ecuador formaciones sociopolíticas con un nivel de Jefaturas regionales. De éstas, Cerro Narrío fue la más poderosa, ya que el hecho de haber empezado a funcionar, por lo menos un milenio antes de la época, como un centro de redistribución del Spondylus hacia Perú, y controlar el excedente de productos «exóticos», debió haber servido para consolidar un estrato de poder sin paralelos en el área. Hegemonía que las formaciones sociales Cerro Narrío-Cañar mantendrían hasta la conquista incaica del Sur del Ecuador.
Por otra parte, en el Norte, una potencia sociocultural, política y religiosa ha ido cobrando forma. Su centro más representativo será la isla de La Tolita, en la desembocadura del río Santiago, cerca de la actual frontera con Colombia.
Este territorio, en el que penetraba el control de La Tolita hasta, al menos, el Golfo de Buenaventura (Valle del Cauca/Choco, Colombia), es un área que pertenecía al mismo conjunto cultural ya desde la etapa Formativa.

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